La madrugada del 8 de septiembre de 1990, María Soledad Morales, de 17 años, salía del boliche Le Feu Rouge, en Catamarca, donde, junto a su compañeros, había organizado una fiesta para recaudar fondos para el viaje de egresados.
María Soledad debía volver a su casa al otro día por la tarde, después de dormir en lo de una amiga. Nunca regresó. Ese día comenzó una intensa búsqueda, que culminó la mañana del lunes 10, cuando una cuadrilla de trabajadores de Vialidad Nacional encontró su cadáver sobre la ruta 38. Los detalles del estado de su cuerpo son aberrantes, tenía marcas que indicaron que sus últimos minutos de vida fueron un verdadero infierno. Elías Morales, el padre de María Soledad, apenas pudo reconocer su cadáver por una cicatriz en la muñeca izquierda.
Los pocos testimonios comprobables que había señalaban a Tula, exnovio de María Soledad y a “los hijos del poder” con los que se encontró en la discoteca Clivus, especialmente a los hermanos Jalil, Guillermo Luque, Méndez, Ibáñez, Arnoldito Saadi y Miguel Ferreyra, hijo del jefe de policía. Cuatro días después de descubierto el cadáver las maniobras que buscaban la impunidad de “los hijos del poder” eran evidentes.
Por el caso, fueron condenados Guillermo Luque, hijo del entonces diputado nacional Ángel Luque, y Luis Tula, exnovio de María Soledad, a 21 y 9 años de prisión, respectivamente, por “violación seguida de muerte agravada por el uso de estupefacientes”. Ambos se encuentran actualmente en libertad tras cumplir con sus condenas. También fueron señalados como sospechosos del crimen Pablo y Diego Jalil, sobrinos del intendente José Jalil, y Miguel Ángel Ferreyra, hijo del jefe de policía provincial, aunque no fueron condenados por la justicia.