El 23 de septiembre de 1973, Argentina celebraba la victoria de Juan Domingo Perón en las elecciones presidenciales, un triunfo que prometía el retorno de la estabilidad y la paz tras años de proscripción y caos político. Con un abrumador 62% de los votos, Perón regresaba al poder para asumir su tercera presidencia, una oportunidad que muchos en el país veían como un camino hacia la reconciliación. Sin embargo, esa euforia se vería empañada solo 48 horas después por un suceso trágico que cambiaría el rumbo del peronismo: el asesinato de José Ignacio Rucci.
Rucci, líder de la Confederación General del Trabajo (CGT) y un ferviente defensor del sindicalismo peronista, sabía que su vida corría peligro. En un contexto de creciente violencia política y con múltiples facciones operando dentro del movimiento, su compromiso con el peronismo lo convirtió en un blanco. La mañana del 25 de septiembre, tras haber decidido pasar la noche en su hogar, fue interceptado por un grupo armado que, utilizando una camioneta, abrió fuego a quemarropa, acabando con su vida en una balacera que duró 15 minutos.
La escena fue un reflejo escalofriante de la descomposición social de la época: disparos resonando en las calles, una trampa preparada meticulosamente y un líder caído en el momento en que el peronismo se disponía a renacer. Aunque nunca se adjudicó oficialmente el crimen, la mayoría de los analistas y actores políticos coinciden en que Montoneros, la organización armada de izquierda, fue la responsable. Este hecho, sin embargo, no fue un mero accidente; evidenció las luchas internas del peronismo, donde las diferentes corrientes comenzaban a enfrentar sus visiones divergentes sobre el futuro del movimiento.
El velorio de Rucci en la CGT se convirtió en un evento simbólico, atrayendo a miles de seguidores que expresaron su dolor y rabia. Juan Domingo Perón, quien llegó al lugar para rendir homenaje a su amigo y aliado, quedó visiblemente afectado. En un discurso cargado de emoción, el presidente electo advirtió sobre el peligro que representaba la violencia política y subrayó la necesidad de unirse en torno a la defensa de los ideales peronistas. El mensaje fue claro: la lucha contra la violencia debía ser colectiva, y la memoria de Rucci debía servir de estandarte para el sindicalismo peronista.




Sin embargo, la reacción a su muerte también puso de manifiesto la falta de unidad dentro del peronismo. Mientras algunos sectores denunciaban el crimen y abogaban por la justicia, otros, alineados con la izquierda más radical, comenzaron a cuestionar la legitimidad de la CGT y a acusarla de corrupción y traición a los ideales de base del peronismo. Esto generó una fragmentación que, con el tiempo, conduciría a una crisis mayor dentro del movimiento, con la consolidación de facciones cada vez más distantes entre sí.
El clima de tensión se intensificó con las acusaciones cruzadas sobre la autoría del asesinato. Mientras que el gobierno insistía en que el ERP había sido el responsable, nadie mencionaba a Montoneros, que se mantenía en silencio, navegando entre la sombra y la ambigüedad. Esta falta de consenso sobre la responsabilidad del crimen contribuyó a la inestabilidad política del país y profundizó la desconfianza entre los diversos sectores peronistas.
La respuesta del gobierno fue rápida y contundente: se intensificó la represión contra las organizaciones consideradas subversivas. La administración de Perón, a través de su aparato de seguridad, envió un mensaje claro: no toleraría más actos de violencia. Sin embargo, esta estrategia solo exacerbó la violencia, generando una espiral que llevaría a la represión brutal en los años siguientes, incluyendo el periodo de la dictadura militar que comenzó en 1976.
A medida que pasaban los años, el recuerdo de José Ignacio Rucci se convirtió en un símbolo de la lucha y el sacrificio en nombre de la causa peronista. Su figura es venerada por muchos dentro del movimiento, mientras que para otros representa las tensiones y conflictos que asolaron al peronismo durante los años setenta. En este contexto, su legado sigue siendo objeto de debate y análisis, reflejando la complejidad de una época marcada por la violencia, la lucha de clases y la búsqueda de justicia social.
A 51 años de su asesinato, el caso de Rucci continúa resonando en la memoria colectiva argentina. La violencia política que se desató tras su muerte dejó cicatrices que aún hoy son visibles en la sociedad y en el propio movimiento peronista.
Hoy, un nuevo aniversario de su asesinato a manos del terrorismo montonero. A 51 años, todavía esperando justicia. Realizaremos una misa en su memoria a las 18.00 hs. en el Templo Corazón de Maria, Antonio del Viso 445, Alta Córdoba @GustavoPedrOk pic.twitter.com/mMxtzcBaUj
— Claudia Rucci (@claudiarucci) September 25, 2024